Venerado mío

Venerado mío,

¿Dónde estas? 

¿Dónde, esos ojos tuyos que no me ven cuando me miran? 

Cuantos latidos de mi corazón, se pierden por ti en el tiempo, latiendo al unísono con todos tus segundos. En el ayer de mi vida encontré a la tuya, en el sueño perdido de mi mañana me besaste. Nunca fuiste real. Empero, a mis sueños te condeno. Tú: un ser inexistente en la vida de una apestada. Esa, que vive la vida de los otros, que entra en la vida de los desamparados para servirles de juguete que una vez roto, tiran a las esquinas con una patada limpia.

¿Dónde estás?
Sueño con mirarte, necesito que me devuelvas al hambre que tu presencia me roba, en la soga perdida del tiempo. Desde la noche más oscura de los tiempos, desde las horas de los seres humanos atónitos, el latido y los pulsos de mi ser te han buscado sin cesar, porque tú fuiste la seña más cierta de mi vida desde siempre. Con el corazón atravesado por puñales, muero en el día a día queriéndote, atrapada en las distancias más atroces. 

Shakespeare dijo “El corazón, Maese Page, el corazón, eso es lo único que importa.” Solo cuando la vida como una argolla, se nos cierra en torno es cuando hacemos caso al corazón. O bien, tomando el escudo de la distancia, el que brinda la palabra escrita. Cuando soy esta escribana, puedo ser aquella que soy y la que no me atrevo a ser. A esa que soy en el día a día, le resultaría imposible escribirte estas cartas, como siempre te digo. Ella ha huido del amor, conformándose con ir sobreviviendo, pareciéndole lo normal. Esta escribana, le recuerda el trastorno natural y coloreado del placer que produce dejarse llevar por el corazón. Ésta vive plenamente el terremoto de estarte amando. Se da permiso entre estas líneas para adorarte.Es capaz de apostarlo todo a una carta equivocada. No teme tus reacciones, habla con el corazón. Ella está borracha de ti y deseosa de seguir bebiendo.Ella se deja abofetar por tu impasibilidad, por tus ansias de jugar, sabiendo que todos los campos de batalla son los tuyos…

La “otra” que soy yo, la que ves, es aquella que baja los ojos, la que abre al compás de la renuncia los ojos. La que ahora quiere vivir lo más tranquila posible, aprovechándose de estar viva sin ser vista. La otra que soy, sin embargo, sabe que lo único que tiene asegurado es la muerte. Es la que cada noche, a punto de dormirse, te siente como un puñetazo en el corazón: la reclamas desde alguna parte y entonces ella corre a escribirte, para poder llegar a la vida.

Yo, que también soy esa, a pesar de ese otro nombre que me pusieron, paradójicamente soy de lágrima fácil, aúnque procuro ocultarlo. No es lo que está ante mis ojos lo que me hace llorar, sino lo imaginado, lo que en realidad no me ataña. Y en esta inferioridad de condiciones, aspiro vagamente a la felicidad. 

A tontas y a locas, cuando te pienso -amado inventado- entonces soy feliz. Entonces…habito en el país de las maravillas: llena de vida, repleta de dicha, todo me llena y nada me falta. Pero una voz, que lo ordena todo en mí, me insinúa: “Si aspiras a vivir de verdad, deja que mueran las palabras. En ti ellas sustituyen al calor, al mundo, a las vivencias.”

Esa otra que soy muere de hambre, porque solo ve naturalezas muertas muy bien dibujadas, pero nadie le ofrece de comer: un bocado no es de veras un banquete. Saber la composición del agua no le va a quitar su sed; deshojar la rosa y comprobar la inserción de los pétalos y del polen no le explica su sencilla majestad perfumada. 

Ella se adentra en la vida, como si se adentrara en el amor, se esfuerza con suavidad para comprender….El peligro de la palabra, amado inexistente, es muy grande. Esa otra en mí las recoge todas para ti. Ellas son su única forma. Ésa se deja hipnotizar e embaucar por ellas, las interpone entre la vida y ella misma, hasta que la deslumbran y la ciegan ante la realidad.

Sin embargo, - que grande es su contradicción-, que sabe, bien lo sabe- que la música no es partitura. Las olas no son el mar. Que las cosas no están ahí para que ella las traduzca. 

El amor hacía ti -adorado inexistente- me quita la palabra y los velos, me arranca la ropa y corro a esconderme avergonzada...
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Adentro, en esos ojos mios que te indagan sin pedirte permiso, que te sondean sin tu advertencia, irradia el polen de mi aflicción, la melancolía de toda mi intimidad, que tiene mucho que ver con las razones más hondas de mi soledad y de mi secreto. Cuando mis ojos posan sobre los tuyos, justo entonces, ocurre ese tiempo definitivo en el que las palabras que callo liberan el corazón y reclaman la vida, o mejor, exigen la vida, la consuman según van desvelando su secreto. Dentro, muy dentro de mis pupilas, tendidos estan los lazaretos que ellas mismas ocultan al mundo, para que nadie me pueda echar en cara mi aislamiento.

Sucumbo a la pena de lo que la intimidad no nombra, de lo que el secreto guarda para evitar el riesgo o la amenaza. Y es que tras el viento de cualquier tragedia no queda más remedio que silenciar el corazón, ocultar la verdadera identidad, con tal de no desvelar la herida, la inteligencia, la veraz manera de pensar, para nunca más volver a ser lesionada a causa de haber pensado. 

Prisionera de la desgracia de mi suerte, me convertí en la vigía de mi soledad y de mi decadencia. Prisionera al mismo tiempo de los frutos de mi observación, de ver a los demás ante la autodefensa hacía su reconocimiento, esa forma que tienen todos de no dar importancia a lo que todos vamos sabiendo que la tiene, esa propensión a que el olvido y el disimulo de uno mismo sea la mejor manera de no ser conscientes de lo que verdaderamente nos pasa.
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También esta noche fui a montar guardia al lado de tu lecho mediante la imaginación; si es de día, persiguo la noche. Cuando ella, que soy yo, te sentimos cerca, nos sentimos torpes, temorosas de desperdiciar un solo segundo sin mirarte, con el terrible presagio en el alma, que ese tiempo no va a durar mucho. 

Como alguien que cree huir de su destino, cumplo el que es mi destino verdadero: amándote como jamás se ha amado en este mundo. En la soledad más devastadora. En la certeza que trae mi naturaleza de vivir sin amigos, sin la humana emoción del amor, entre criaturas de otros mundos:

C.

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