Hórror vacui


Si tuviera que elegir una experiencia con la que resumir mi infancia, ésta sería ver a cientos de diminutos puntos de luz saltando en el interior de mis ojos, al mantener éstos cerrados en el silencio y en el vacío más absolutos.
Lo contrario a ésa experiencia que yo tuve y tengo aun tan a menudo es “la costumbre de los demás por hacer cualquier cosa en lugar de estar a solas consigo mismos o con los propios pensamientos”.
El “Hórror vacui” como lo llaman; la necesidad de rellenar desesperadamente todo espacio con una acción, una obra de arte, imagen o necesidad. O practicar deporte. O estudiar. O leer. O bailar… Cualquier cosa que evite encontrarse con ellos mismos  y analizar las emociones propias en el vacío.
Me pregunto, ¿dónde estuvo y estará “mi” horror a ese vacío? Muy al contrario, adoro estar dentro de mí. Meditación lo llaman los budistas. Yo lo llamo estar en el limbo. Adoro estar a solas con la monstruosidad de mi ser anidando en el interior, para verle la cara. Estar ante ese hórror vacui que a los otros les hace pintar, componer, aprobar exámenes, convertirse en alguien, en cosas, escalar posiciones sociales; les hace fieles, adúlteros, mansos, beatos o asesinos. A mí el temido “agujero negro” en mí misma me hace gestionarme a mí misma desde una posición nada horrible, muy al contrario: maravillosa.

Ese apacible estado de completo vacío, lo busco, lo necesito como desde, niña a diario, porque esconde tras de sí la propia plenitud. 

Para que se me entienda, es dejarse caer en el agujero para ir aceptando las cosas como son y vienen. Es justo en esa brecha (en la que me hallo bien consciente estos días) desde dónde me dispongo a la caza de la tristeza, donde reconozco el dolor que vivo, las dificultades y la soledad.
No sé si alguien entre ustedes, queridos lectores, se ha situado alguna vez tras las llamas de un gran fuego. Pues bien, si miramos en la parte superior justo tras las llamas, veremos tintinear el aire caliente que adquiere una consistencia casi gaseosa, transparente a su vez; haciendo que lo que haya detrás tiemble en una imagen danzante. En física, se trata de un espacio sin reglas. Un lugar en el que no se aplica norma alguna, o al menos no se han descubierto tales leyes físicas hasta ahora. En física esa parte es conocida como el límite entre el orden y el caos. Bien, pues lo mismo sucede con la vacuidad de la que vengo hablando y a la que tanto teme el ser humano. Ese lugar o estado se convierte así en mi espacio en el que abrir las fauces a ese segundo sentimiento, por encima de todo malestar que se esté viviendo, un sentimiento mucho más profundo: el vacío total.

Todo es, de pronto, nada. Lo que entonces en mi cotidianidad me pareció angustiosamente insoportable, es en realidad un puente de una realidad a otra que me permite una autentica catarsis emocional. Una capacidad no poco extraordinaria de entrenarse a soportar lo insoportable, como lo hacen muy certeramente los niños, alejándose del dolor con un nuevo entusiasmo por otro asunto. La catarsis desde el vacío consiste en cambiar toda la atención a otras cuestiones.
Así al pleno encuentro de mis sombras; las analizo como si yo fuera otra. Me veo desde fuera. Desde esa “nada” me tengo a mí misma a mil años luz y me permite reírme de mi propia fragilidad. Nada es eterno. Todo pasa. La vida no funciona como yo espero. Como nadie espera. Tiene reglas propias. En la trinchera que abre mi alma me río del dolor, de todas mis “desgracias”. Lo atrapo todo y les retuerzo los cuernos. ¿Archicornilargos des infortunios? Pues no. No. La vida es tan hermosa como dolorosa, tan bonita como terrible. La maravilla está en integrar ambas partes al puzle y seguir tan pancha. 

Quizás a los infinitos sobresaltos en mi vida…Quizás a ésa falta constante de paz, de cariño y de sosiego se deba todo. Pues a base de vivir con el corazón en un puño, me encontré con el vacío como con un cómodo sillón de butaca. Invitándome a transitar por las pérdidas, por el abandono, los abusos, las palizas; saberme vulnerable y carcajearme de todo para así seguir sosteniéndome, cómo sobre un trampolín que arde en el dolor propio, pero un trampolín al fin y al cabo. 

Mientras, fuera, los otros, sigan empeñándose en tocarme, en cubrirse o negarse, en distraerse de sí mismos, señalando las faltas ajenas con sus dedos ganchudos. Mientras se creen estar moldeándose a sí mismos mediante competiciones absurdas; exalten sus virtudes y se saquen títulos universitarios como locos para enmarcar y colgar en la pared, mientras, yo elijo la Nada, el vacío absoluto.
Desde allí al menos, tendré la certeza que las cosas serán como yo las quiera ver. En la boca negra del lobo, aparecen también todas las posibilidades. Vaciarse, es así para mí otra manera de llenarme. Porque mientras se anda lleno, sin espacios, uno se condena a ser lo que representa en el mundo
Doy así gracias a todos mis dolores, una vez más, les mando un saludo y un abrazo, también a los amigos sobresaltos y amigas desgracias  por darme la oportunidad de transformarme. Aprendí a darles el valor que se merecen: la extraordinaria oportunidad de un aprendizaje. Porque la vida es blanca y es negra. Y todo es tan bueno y malo como se quiera creer en el proceso de embellecerse el alma mediante la experiencia en el pleno proceso de aceptación de todas las decepciones. Como si del plomo en oro de un alquimista se tratara.

Sub umbra floreo: c.bürk

Comentarios

  1. https://www.facebook.com/notes/herbert-schnurr/a-claudia/336741636389625

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