Reflexión acerca del calvario del bondadoso

Reflexión acerca del calvario del bondadoso.
Por Claudia Bürk




Decía el sabio José Martí que los hombres se dividen en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen. Pues bien, quisiera hablar hoy de estos dos bandos. Y de cómo funciona, a mi pesar, la humanidad.

Empiezo esta reflexión revelando que soy persona que ha estado tocando con sus raíces el mismo infierno, que he visto la muerte tan de cerca, que la he invitado a tomarse unos vinos a mi lado y le he chocado la palma de la mano. Que dada mi particular situación y de la que nadie sabe, convivo con la muerte tan a menudo, viviendo tan al límite, que casi puedo describir sus facciones al detalle.
Que se podrá comprender así que observando ciertas actitudes, me entra la risa o más bien compadezco a quienes van por ahí, aburridos de su banalidad, calumniado y jodiendo a todo ese que trata de construir y salvar, enmendar y sanar. Vivir situaciones límite te permite observar al detalle las almas ajenas, empatizar incluso con el más apagado y oscuro de entre los de esta raza.
Y ver como esta especie es dada a contribuir a la marcha de la sospecha.

El ser humano si no tiene sus niveles de adrenalina demasiado altos (cuando éramos hombres primitivos nos pasábamos el día estresados, huyendo de peligros; de ahí aún esos resquicios de necesidades hormonales determinadas) caen en la tentación, suspiran un rumor, les dan forma.

Las personas no se conocen a sí mismas y odian en los demás lo que no pueden conseguir para sí, o creen que no pueden conseguir. Envidian, recelan y ansían destruir al que brilla y piensan que están en la sombra. Destruyen al que mejor trata a los demás, al de las mayores cualidades; porque de existir esos otros, sus poquedades quedarían en evidencia.

Yo misma he sido infinidad de veces diana de odios, envidias inecesarias, suspicacias sembradas sobre mi persona, sencillamente por no quedarme sentada y actuar contra una injusticia. Lejos de hablarte a la cara, van a tus espaldas y siembran el rumor.  Hasta el punto de recibir amenazas de muerte si yo volvía a la calle a dar de comer a personas sin hogar. Ese fue solo un ejemplo. La vida me mandó aquel trago: se me acusó de buscar protagonismo por el simple hecho de que alguien llamó a la prensa. ¿Protagonismo?
Actualmente llevo mis acciones tan en discrecion, que el mero asomo de mis manifestaciones son meras sombras del conjunto...

En fin, la maldad tiene las patas cortas, pero las flechas las apunta al corazón, y ahí se quedan sus efectos, como una herida que acompaña a los más afectados. Algunos, mueren de impotencia y tristeza hasta que se hace triste la noche y ya se abandonan absolutamente a esa noche.

Yo soy impasible. Me entrenaron para serlo. Para ocultar mis sentimientos y sensibilidad cuando debo actuar contra las injusticias. Así que no hablo por mí...

Hablo por esos a los que le parten la vida, le quitan lo mejor del porvenir, la paz; de la evidente nobleza de lo que envidiosos, manipuladores y desalmados pasan a otros por contagio a la sospecha y a la suspicacia: Y recuerdo aquí a la Madre Teresa de Calcuta: cómo ésta se dejó su vida en sus acciones. Pero aún así en la actualidad se la calumnia: ¿de verdad fue tan buena en lo que hizo? Y ya siguió montándose uno encima de otro el mal de ojo...
Lo peor de todo esto que cuento, la peor parte de esas actitudes manipuladoras, son las heridas que dejan, no solo el viscoso regocijo de los que se ponen a mirar como espectadores felices de que el mal le caiga al otro.

La calumnia tiene eso: que va dirigida siempre al que mas se expone, al que brilla, el que se entrega, el mas visto. El que la dispara el rumor y el gatillo de la maldad cree que desdiciéndose ya se lava el efecto, como quien quita una mancha.
Pero actúa con maldad premeditada porque sabe que un rumor no borra la maledicencia; ésta persiste, es un soplo de aire pútrido cuyo olor engaña. Y somos muy dados todos a contribuir a la mancha de la sospecha.

A menudo todos caen en esa misma tentación, se suspira un rumor, lo moldean y le dan forma, lo cuchichean al oído de los otros, permiten con gusto y con íntima satisfacción que circule y así se va montando el carnaval de la burla hasta que alguien lo convierte en una piedra y lo arroja para descalabrar a un inocente.
La herida causada luego se aloja en la víctima y la caterva provecta de los que lo han alentado se queda mirando para otro sitio: "Yo no he sido, yo me lavo las manos"...

Hay víctimas del desprestigio que han arrastrado y arrastran el perjuicio como parte del alma y, por tanto, como partes de sus rostros. Tal vez, si son fuertes, lo van superando, pero en sus adentros  estaba esa mezcla tremenda de la perplejidad, del susto, de la desconfianza, de la desilusión, de la tristeza que queda: ¿por qué a mí, quién me eligió para ser derrotado?

El manipulador actúa como una astuta araña, tejiendo alrededor de quién pretende destrozar. Tiene la aspiración de poner en la sombra al que le hace sombra, y no parar en su cometido hasta alcanzar su objetivo, cueste las mentiras que cueste, rompa lo que rompa en ese camino: destrozar a la persona contra la que va.
No es cierto que el tiempo lo cure todo; el tiempo cura a los otros, porque existe el olvido. Nos olvidamos de los que han sufrido la calumnia, pero la calumnia ya hizo su efecto. A la víctima le es imposible el olvido. Por eso mismo, justo por eso, hoy escribo estas palabras porque yo no olvido a los injustamente calumniados. No me olvido de los arrinconados. No olvido a los que han sido arrojados en el fango como los malos de la película habiendo sido héroes. Hoy me acuerdo de todos ellos.
Y si vamos a un mayor nivel; a los que los medios de comunicación tildan de malos, de terroristas, engalanado a los psicópatas que pagan por las noticias, como amos dorados del mundo.
Señores, si un consejo puedo dar, jamás os fieis de las apariencias, de las palabras, de lo que no toquéis con vuestras manos, de lo que no deis por válido con vuestros sentidos. Y aún así, desconfiad de toda la realidad que os rodea, porque puede ser ficción.
Las verdades van unidas al tiempo en un biombo de coherencia. Solo la observación en el tiempo nos dará una respuesta y un juicio certero.
Por último, decir que comprendo a Risto Mejide y su estúpido personaje: es sumamente inteligente.  Se ha percatado seguramente desde niño que si vas de hijo de puta te respetan. Y que si siendo un hijo de puta tienes un día un solo atisbo de bondad o compasión, te vienen a hacer la ola. Listo el tío...Muy agudo.
Pero termino mi reflexión aconsejando a las víctimas que olvidarse de los causantes del mal, perdonar al que disparó la principal de sus heridas sea quizá la manera mas civil e inteligente de despreciar a los que levantaron sobre uno aquella amarga sospecha.

Sub umbra floreo: C. B.

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