Acción en el probador

Colegas míos y del mundo, ¿Os suena la siguiente situación?: habéis quedado un sábado por la tarde con vuestros colegas. La única tarde libre en tooooda la semana por aquellas razones que sólo la crisis española conoce. La única tarde y oportunidad en semanas –que digo, meses- de poder tomaros unas birras bien fresquitas y tener conversaciones de esas que sólo el santo varón viene teniendo. ¡Planazo!
Os echáis medio frasco de “Davidoff” sobre
el torso. Una gozada. Desde vuestro espejo, os mira un tío sonriente con muchas
ganas de embriagarse, mientras troleará con sus iguales acerca de los muchos
polvos que ha echado en los últimos días y mencionará que hubo jornadas en que
fueron cinco sin sacarla. Sonriente y feliz. Al menos, hasta que el pajarito
del “Whatsapp” osa interrumpir los vehementes pensamientos.
Entonces, tenéis dos opciones: mirar
quién escribe (por si es la vecina del cuarto, la de las tetas esféricas marca “Michelin”)
o pasar de hacerlo, por si se trata de vuestra churri oficial. Más plasta, la
pobre… La curiosidad matará a muchos gatos, pero también al macho en celo. ¡Qué
desgracia la nuestra! La cosa es que, no, no es la maciza de más arriba. Se
trata de la otra, que se apunta a venir. Contigo y con tus santos colegas, la
muy cabrona. ¿No había dicho que quedaba con su prima para hacer cupe cakes?
−Te quiero amor. Eres mááááás monoooooo.
–Te escribe tu princesita en el aparatito de marras o del mismísimo demonio
(sin duda ése inventó el doble check azul). ¡Joder! Uno es “mooooono”. Así de
mono, todo “oes”. Más noño, si cabe. ¡Pringao! (Flipo).
−No tardes cielo –le contestas tú,
mandando a pasear tus sueños de una tarde macarra, las tetas de la vecina, las
birras gallegas, las fanfarronadas elevadoras de tu autoestima mientras sabes
que vas a tener que avisar a todos tus colegotas, porque:
1º: tu novia llegará con –al menos- dos
horas de retraso (lo que tarde en maquillarse, peinarse y probarse trescientos
modelos antes de decidirse por un look) y demás demases de tías.
2º: debes avisarles religiosamente de que
viene ella porque eso implicará un cambio direccional de todas las
conversaciones que había pendientes. Prohibido quedará hablar de polvos, de su
cantidad y calidad, de que no fueron sólo con ella, etc. Etc. Etc.
3º: les obligarás a mentir con respecto a
tu consumo de alcohol y demás costumbres regulares, que sabe una mayoría pero
ignora una minoría (ella).
Tu Whatsapp vuelve a piar, ésta vez pareciendo
un ruiseñor en plena época de celo y no te queda más remedio que mirar. Es tu
chica. Otra vez. Un sinfín de palabrejas y emoticonos vienen a danzar a tus
pupilas. Elevas las manos al cielo a modo de plegaria. Pero ya lo has leído. Y
debes responder. No hay escapatoria. La pregunta es más letal que una mamba
negra. Sabes que no puedes entrar en ese juego, su juego. El juego de todas las
hembras sobre la faz de la tierra. ¿Pero qué coño haces?:
−¿Crees que el vestido negro que me
compraste la otra semana me hace gorda? (emoticono de cerdito)
¡Ay Diosito! Tragas saliva. Te rascas el
cogote. Tus dedos repicotean nerviosos la pared. Si respondes que no, estás
muerto. Si respondes que sí, muerto a disparos. Tan sólo te queda la técnica del
rodeo. La cual te exige ser más hábil que Bruce Lee y tener más coeficiente que
James Bond. Te lo aconsejó uno de los tuyos. Caminas en círculo. Hacía delante.
Hacía detrás. Y tecleas:
−No, amor. Te hace tipazo. (Emoticono
pulgar arriba y otro de corazón, por si las moscas).
Justo al estar escribiendo tú, se entremezcla otro mensaje
de ella:
−¿Podríamos pasarnos ésta tarde por el “Zara”?
Así me pruebo aquel vestido que también te gustaba y no quise decidirme…
Y vuelves a teclear, más rápidos tus
dedos que el Ferrari de Fernando Alonso. Sin pestañear y más decidido que el
ministro de hacienda al inspeccionar a los Pujol, le das al “intro” y te frotas
las manos.
−Ah, la semana que viene podríamos hacer
deporte juntos. Que, ahora siendo sincero, me he percatado que te sobra un
poquito en la cintura. TQ.
Ésta vez su respuesta se hace demorar. No
llega. Pasa media hora y no llega. Te relajas. Porque ir con una tía de tiendas
es lo peor que a un hombre le puede pasar. Pues todos sabemos que el “va a ser
sólo un momentito” se convierte en horas de suplicio. Es como esperar el
exterminio. Auswitch. Dachau. Majdanek.
Como mi churri no decía ni pío (pío en el
sentido literal al ítem whatsapp) y supuse que la espera seria larga, me eché
cuan largo estaba siendo sobre el sofá. Mientras me recosté, pasando del
desorden a mi alrededor, que consistía en el arremolinamiento de varios calzoncillos
y calcetines, bolsas de patatas vacías y una docena de latas de cerveza
estrujadas, cavilé acerca de los probadores de ropa.
Yo desde luego no era de los que solían
probarse la ropa en las tiendas, porque para meterse allí, había que estar
medio pirado: sobre todo en plenas rebajas. Mi imaginación, no obstante, me
llevó a un probador para ver qué tal me sentaban unos pantalones:
una señorita muy amable me pidió que pasara adentro, para ver qué tal me
quedaban y si estaba conforme con la elección que había hecho. El pasillo era
muy estrecho pero alargado y a ambos lados había unas cortinas corredizas; al
fondo del todo se encontraban puertas de las de toda la vida, con pestillo
incluido. Me fui directo hacia ellas. De repente, una mano me agarró por la
camisa y me metió en uno de los probadores. Sin decir ni media palabra y con
cara de puro vicio, la chica empezó a quitarme la ropa, hasta hacerme saltar el
botón de la bragueta. No le opuse demasiada resistencia y me dejé llevar. Yo
intentaba saborear cada momento y pedirle un poco de calma, pero la tía iba tan
a saco y parecía estar tan cachonda que ni siquiera se percató de mi
eyaculación precoz. Fue un alivio quedar como un campeón a pesar de las
circunstancias.
Me vestí rápidamente y salí de allí, pero al avanzar un par de pasos, otras
cuantas manos me secuestraron impunemente: imposible, pero real como la vida
misma. Un par de mozas que me pedían sexo por las buenas. Creo que se trataba
de una epidemia, porque aquello carecía de lógica. Un probable virus de
ninfomanía. Esta vez no hubo tanta prisa y nos pusimos a recrear el asunto a lo
múltiple. Creo que una de ellas no había merendado todavía, porque en plena
mamada, me dio un mordisquito de lo más sensual, pero ¡joder, cómo me puso!
Me asomé discretamente después de acabar la faena; salí de puntillas y eché a
correr. Me encerré en un probador de esos con pestillo. ¡Dios! Caí de nuevo en
las garras de otra tía maciza que me pedía sexo salvaje y sin compromiso, pero
con garantías de elevada satisfacción. Me estaba quedando seco, pero por no
hacerle el feo le di aquello que me pedía a gritos. Yo no tenía explicación de
lo que le ocurría a todas aquellas mujeres, pero telita; lo salidas que estaban.
Al final salí de allí sin pantalones, con un trío de orgasmos tras de mí y
nuevas reacciones en mi entrepierna al recordar las escenas porno que ahí protagonicé
a la vi rulé y sin proponérmelo. Tenía que recomendar esos nuevos almacenes a
mis colegas, fijo que nadie sabía lo que ahí se cocía...
Al salir a la calle, la gente me miraba disimuladamente y cuchicheaban cosas
que no podía advertir con claridad, hasta que vi a un tipo sonriendo con
picardía. Se me acercó vacilante y me dijo en plena calle:
−Tú debes ser nuevo en la ciudad.
−Sí, ¿cómo lo sabes? −le interpelé
intrigado.
−Porque de dónde sales, tiene de gran almacén lo mismo que yo de santo: en
realidad es un centro de grabación de pelis porno. Han caído ya unos cuantos. ¡Enhorabuena
chaval, vas a hacerte famoso en todas las cadenas piratillas y en internet! Más
vale que te la hubieras meneado en casa, o haber sido gay. –remató desalmado.
Entonces desperté. El Whatsapp de marras.
Me había quedado frito. Todo fruto de un delirante sueño. Ay la virgen. Ni me
moví. Bostecé y seguí cavilando. Esta vez quería ser original y regalarle algo
a mi chica: la pobre estaba muy bien acostumbrada por parte de sus ex novios y yo nunca tenía detalles con ella en los días
señalados. Siempre he sido de improvisar, pero quería comprobar la cara que
pondría al ver que me había acordado de su cumpleaños. Seguro que iba a pensar
que estaba enfermo, o que alguien me había suplantado o algo similar. Pero lo
mejor de todo era el plan que estaba maquinando para ese día. Conociéndola, le
iba a encantar, de eso no había duda alguna.
Uno debe documentarse debidamente, antes de elegir un regalo. Entré en la
primera tienda que vislumbré y me fui directo a la sección de lencería
femenina. Pensaba pasar un buen rato admirando el panorama: la vergüenza no
tenía cabida en mí. Y ya que me había decidido a dar ese paso, quería hacerlo
bien. La dependienta estaba como un tren, dirección a la perdición. Ésta se
acercó a mí y me preguntó lo que buscaba exactamente.
−Estoy buscando un modelito sexy para mi chica. Ya me comprendes... −Le espeté con segundas y terceras
intenciones.
−Puedo hacerme una idea, sí. ¿Qué talla usa?
− Ehhhh, ¡no es para mí!
−Que talla usa eeeeeella. −me restregó con ironía, pensando quizás en lo corto que
yo era. ¡Qué bien interpretaba mi papel de ignorante!
−Pues no tengo ni idea. −Le contesté
haciéndome el idiota.
−La talla es lo más importante, ya me dirá usted que hacemos sin saberla.
−Bueno, si me deja echar un vistacillo entre sus empleadas, éstas quizás me refresquen
un poco la memoria.
−¿Ha venido a comprar, o a mirar? −me
preguntó la muy pájara con cara de mala hostia.
−A comprar, a comprar. Pero es que si no conozco la talla, tendré que comparar…
Imagínese que gran apuro: si le compro algo que le venga pequeño, me la monta
porque pensará que yo creo que las tiene pequeñas y si le viene grande, se
mosqueará y tal vez se lo tome como una indirecta para que se ponga más tetas.
−Pobrecito, qué pena me da. −Dijo la maciza de marras en tono burlón−. Por ésta
vez haré una excepción. Ande, pase a la sala del fondo. Allí seguro que
podremos ayudarle.
Bien rapidito que me fui a esa zona de la tienda, por temor a que la encargada
cambiara de opinión. No estaba dispuesto a perderme un pase privado de modelos
en ropa interior por nada del mundo. ¡Cuánto iban a disfrutar mis ojillos, ¡y
sin pagar ni aguantar síndromes premenstruales!
Al abrir la puerta, encontré a cuatro chicas: dos en tanga y sujetador a juego
y otras dos con un picardías. Me acerqué a ellas y las contemplé de arriba a
abajo. Los pezoncillos se dibujaban tras esos materiales semi transparentes y
la zona de más abajo dejaba adivinar unos pubis muy bien depilados. Mi amiguito
de más abajo, el bon vivant, estaba
encantado y deseaba catar al fruto prohibido. Sólo podía admirar esas
maravillas de Dios y mi único consuelo hubiera sido cascármela al salir de la
tienda recordando los vislumbrados monumentos.
−¿Ya se ha hecho una idea? −me preguntó la dependienta interrumpiendo mis
pensamientos.
−No del todo, no. Si pudiera medir la copa del sujetador con la mano. Tengo dudas
si era B o D... Es que yo de ella conozco las medidas por la proporción de mis
manos... Y… −Respondí sin pensar lo que estaba diciendo.
Zassssssssssssssssss. Un bofetón de órdago me cruzó entonces toda la geta de
lado a lado. Y no, no había sido la dependienta de otro sueño que había tenido,
sino que ahí, de pie, estaba mi novia con una cara de mala baba que espantaba
hasta a los gorriones. Toda ella, más chunga que un gremlin cantando bajo la
lluvia.
−Ésta por llamarme gorda y no responder a
mis Whatsapp. Y esto, por vago –de un tirón de brazos me lanzó al suelo−. Y
ahora, ¡marchando! ¿Es que no hemos quedado con tus amigos y para ir al “Zara”?
Tirando de mí de la mano cual muñeco de
trapo sin voluntad, hicimos acto de presencia en el centro comercial. Mis
amigos, una planta más arriba, estaban chocando las jarras entre risas y
miradas burlonas hacía abajo, al centro de la diana de mi insignificancia y la
burlona situación de ser dirigido por la parienta.
−Ahora mismo salgo –ya estaba dicho.
Dixit est. La coletilla de marras.
−Va
a ser sólo un momentito. Es que estaba necesitando ese vestido.
¡Zasca! ¿Por qué señor, por qué?
¿Escaparme? Nada, ya había entrado. El infierno, sin puerta de emergencia. ¡Probador
que te crió!
−No tardes cielo –mi frase de siempre.
Para todo. A conjunto de todas las mujeres.
−Cari, me lo prometiste. Ten un poquito
de paciencia, joooo.
Tic tac. Tic tac. Y media hora que te
espero.
−Jo. Me hace gorda. Y éste otro, culo
galletero. Y éste es que me aplasta las tetas.
¡Dios! Cuanto odiaba sus cantinelas. Tic
tac. Tic tac. Tic Tac.
−¿Me hace gorda, cariño?
Silencio mortal. No. No. No.
−Cariño, mira ésta falda es ideal. Rollo
años cincuenta. Divina. ¿Me queda bien?
−Estás preciosa con ella, amor.
Quédatela. Nos están espera… −Me quedé sin acabar la frase.
−¡Pero si no me has mirado! Eres patético.
Además no me convence del todo. Las tablas hacen vieja.
−¡Vaya! Otra media hora a la mierda. Ya
sabía yo… −Pensé que sólo lo había cavilado para mí pero me escuchó la muy
bruja:
−Ésta noche te quedas sin el postre.
Idiota…
Vaya. Si supiera que prefiero las
pajillas mirando a Megan Fox…Me hace sudar menos y es más directo. Por suerte,
éste pensamiento no lo pronuncié en voz alta.
−Jo. Es que, en realidad, tampoco quería
un vestido. Creo que una faldita…
−Bueno, cielo.
−Amor, ¿y ésta falda?
De coña; del Idiota al Amor. En menos de
un minuto.
−Esa está muy bien. Te la compro yo. Así
ahora tomamos algo con…
−¿Por qué me metes prisa? No encuentro
nada. ¡Nada! Y es por tu poca paciencia.
−¿Entonces nos vamos, princesa?
−Si. Pero a casa. Estoy super de bajón.
Me veo barriga. Estoy gorda y soy fea.
−Pero…¿Y mis colegas? No me hagas esto.
Mejor no replicar. La tormenta sería implacable.
Todos los tíos ahí de pie, esperando parientas, nos miramos al unísono. Ya casi
éramos íntimos. Tal como se hacen piña los soldados en plena batalla.
−¿Pero no te llevas la falda, cielo?
−No. Porque en ésta tienda ponen espejos
trucados que hacen gorda y no les pienso comprar nada.
Al salir fuera, mis colegas nos
observaron burlones desde lo alto.
−Cari, diles que no quedas. Necesito
mimos.
No hizo falta decirles nada. Lo estaban
escuchando todo. A los pocos segundos, mi sorpresa fue total al hacer aparición
en la escena la vecina del cuarto. Bueno, llegaron antes sus tetas y por ellas
la reconocí. Para mi total sorpresa, le dio dos besos a mi parienta. ¡Eran
amigas! ¡La hostia! Al mirarla de cerca, descubrí sobre el campo de batalla de
sus tetas las siguientes frases: “Si al aborto” “Hago lo que me sale del coño”.
Años luz huyó mi libido ante semejante descubrimiento. ¡Una feminazi! Quise
morir.
−Nena, yo no tengo novio. Solo alegrías –dijo
miss tetas a mi churri en actitudes chonescas.
−¿Y de cuantos minutos? Porque el mío no
dura más allá de uno.
¡Ahí, tirando a matar! Llegaron “j aja ja’s”
a diestra y siniestra. Mis colegas lo habían escuchado todo. Se estaban
desternillando.
Llevo semanas encerrado en casa. Sin
colegas. Sin novia y sin tetas. ¡Malditos probadores!
(c.Bürk)
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