La muerte chillona

A menudo pienso en cómo sería el mundo alrededor de esos que me conocen, si un buen día yo muriera. Se me tragara la nada en una muerte de esas chillonas, entiéndase, de las que te llevan de repente, del todo a la nada, una de esas muerte más profundas y cabales, por repentina. De esos morires que no dejan nada en medio del haber sido y ya no estar.

Cómo entonces esas palabras que dejé de pronunciar se perderían igual que se perdieron al escribirlas...La última novela en mi portátil quedaría interrumpida para siempre, vácua, como todo lo que pasa y queda inservible.

Cómo esos a quienes tantas veces pedí anotarse mis contraseñas y detalles, las habrían olvidado, de modo que aquellas agrupaciones de detalles, de letras y de números fueran una hormiga, una única e insignificante hormiga  que debía morir de un pisotón. Ellos que tan bien me conocían al detalle; que son de esos a los que nada les es grave y que suponen que siempre los otros deben recordar lo olvidado y arreglar lo devastado. No, no son así por desconsideración o comodidad, lo son por sentido práctico. Yo ya no los iba a juzgar.

¿Qué sería de la huella aún advertida de mis dedos hundidos en la crema de noche? ¿Por cuanto tiempo permanecerían mis pelos en el coladero de la bañera? Y si habría alguien que quisiera heredar mi colección de fulares, ¿quién sería?

¿En cuantos días, meses, años desaparecerían mis vestidos del armario? ¿Quién advertiría ahora a las ramas de los árboles que me había entretenido en observar y que pintaban figuras grotescas en el aire? ¿Habría quién se perfumara con mis fragancias y se comiera mis caramelos de menta del interior de mi mesita de noche? Y esos pájaros que anidaban cada primavera sobre el tejado de enfrente, ¿a quién maravillarían ya?

La muerte -y lo había visto con la muerte de mi padre- taparía todo con un manto. Dejaría todo mudo, sin sentido para los otros, a la espera del exilio y del cubo de la basura.

Y es que el mundo es tan de los vivos, que ellos figuran y está vivo lo que es de los vivos solo.
Bien callada quedaría yo. Callada para siempre en un pasado que ya no protesta, porque ha pasado ya. Porque yo habré pasado también, al fin...

(Claudia Bürk)


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