¡Feliz Navidad, amado X! (diciembre 2011)



Amado mío;

De nada sirve lamentar la añoranza de este imposible afecto. De nada, silenciar la paralela emoción de mi impuesto sentir cotidiano.

Eres, como te voy diciendo, la excelsa felicidad, que hace que todo se nutra de un poso de dulce melancolía; apacible pócima que me procrea la secreta placidez de irte sorbiendo con la atención extrema de mis palabras, con tus gestos y tus miradas desde el otro lado del espejo, - todo sabiamente en mí retenido- tú: misteriosamente desgranado, para que, al tenerte cerca en la distancia, sorba de ti lo preciso, siendo tú el deudor de la inocencia de una misma mirada, en un mismo tiempo.



Porque adentro, en esos ojos mios que te llevan a mi mundo sin pedirte permiso, que te sondean sin tu advertencia, irradia el polen de mi aflicción, la melancolía de toda mi intimidad, que tiene mucho que ver con las razones más hondas de mi soledad y de mi secreto. Cuando mis ojos posan sobre el espejo y apareces, justo entonces, ocurre ese tiempo definitivo en el que las palabras que callo liberan el corazón y reclaman la vida, o mejor, exigen la vida, la consuman según van desvelando su secreto. Dentro, muy dentro de mis pupilas, tendidos estan los lazaretos que ellas mismas ocultan al mundo, para que nadie me pueda echar en cara mi aislamiento.



Sucumbo a la pena de lo que la intimidad no nombra, de lo que el secreto guarda para evitar el riesgo o la amenaza. Y es que tras el viento de cualquier tragedia no queda más remedio que silenciar el corazón, ocultar la verdadera identidad, con tal de no desvelar la herida, la inteligencia, la veraz manera de pensar, para nunca más volver a ser lesionada a causa de haber pensado.

Prisionera de la desgracia de mi suerte, me convertí en la vigía de mi soledad y de mi decadencia. Prisionera al mismo tiempo de los frutos de mi observación, de ver a los demás ante la autodefensa hacía su reconocimiento, esa forma que tienen todos de no dar importancia a lo que todos vamos sabiendo que la tiene, esa propensión a que el olvido y el disimulo de uno mismo sea la mejor manera de no ser conscientes de lo que verdaderamente nos pasa.



Sin salida seremos parte del montón, robots manejados por un mundo hóstil, con nuestra conciencia cerrada a la humanidad, nuestra más férrea enemiga. Nuestra mente será para todos inpenetrable como una roca y para nosotros la cadena perpetua.

Con las consecuencias del orgullo, maligna soledad habremos conseguido. ¿Habremos entonces llegado lejos en un mundo incierto? Los años habrán pasado sin amortiguar en nosostros esta sensación amenazadora, la cual es tolerable sólo para aquellos que tienen la virtud de soñar y escaparse del veneno mortal que es la vida.

La sensibilidad que del adverso mundo nos volcaría hacia el mundo de los sueños, nos fortalecería al alejarse el acoso de la melancolía de nuestro horizonte vespertino…¿Pero quienes se enbarcan en semejante aventura, querido X?

Nadie arriesga. Y los pocos que apostamos por el ensueño, nos vemos obligados a hacerlo en secreto y a escondidas, porque el temor a las mudanzas de la vida es demasiado poderoso.



Por ello, amado X, al hacerte llegar estas letras, me siento como si me apartara de todo. Son el atrevimiento de mi alma: a espaldas incluso de los árboles y de las nubes. Es subirme a un escenario, cuando todos los espectadores se han ido, mientras paso al otro lado del telón. Y estás ahí, X, dueño de una vida oculta, -la mía al soñar - con los ojos cerrados, silencioso, observando mi secreto del que nadie sabe nada, solamente tú.

Entonces te hago hermanar con mi alma y con mi destino también, a través de las palabras. Mientras al leerme sientas ya no pertenecer enteramente al orden de lo real sino al de la imaginación, moviéndote entre conjeturas, preguntándote porqué esa que crees que te escribe, no parece la que es en tu realidad, entre estos párrafos.



Ésa que se halla en el filo de caer hacía donde no se puede volver; ésa que te quiere como jamás se ha querido en este mundo, se inclina ante ti con el corazón a tus pies:

C.

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