La cara oculta de la Lolita de Nabokov


Mi protesta contra el abuso infantil. Escrito en enlace siguiente:
http://claudiaburkfalcon.blogspot.com/2010/10/de-eso-no-se-habla.html



Mi protesta contra el abuso infantil. Extracto de mi escrito “De eso No se Habla”.


1.Un retazo de luna brilla en el firmamento como una hoja de acero. No, no es la luna. Es la hoja de un cuchillo. No hay luna. Ninguna noche. Yo quiero verla. Pero ella no está. No está para mí. Estoy asustada de lo que soy. Toda presencia es vaga e irreal. Cada vez que él viene mis manos se tensan, se vuelven inconmesurablemente duras y fuertes como garras, como hojas de acero. Y cada vez que él viene, la luna se escapa. No quiere mirar. Vendrá ésta vez y otra vez y otra. Lo hace. Y es morir. Y es morirme. Pero la muerte me olvida al momento de morir. El viene desde todas partes, por todas partes. Me roba la carne, me encarcela.

Se mete en mi cuerpo, en el pensamiento. Viene y se queda a ocupar el territorio del adorable cuerpo de la niña. Es el cuerpo de los poco fuertes. El de los menos fuertes.
Porque el mal viene desde él, está en mí, a las puertas de mi cuerpo, - la entrada del infierno-,contra mi piel de niña moribunda. No existen las palabras. El silencio expresa mi vergüenza y su orgullo. Una vergüenza es la que me une a todos los principios, comienzos de muerte, por tener que vivir la vida cuando ya no estoy en mí. Lo que queda es petreo, pertrificada respiro en el interior de una espesura sin acceso alguno para nadie.

Cuando se me ve, no se puede mirar. La mirada está proscrita. Nadie debe mirarme. Desde el momento que se me ve, no se debe mirar. Sus besos sobre el cuerpo me hacen llorar, pero nunca lloro. El ruido de una persiana golpea el silencio, próximo, tan cercano que quiero dormir en el sonido, para marcharme. Pero él toma mi cuerpo en ese ruido. Los golpes de la celosía son dolores. Otra vez lo hace. Y otra. Lo hace en la untuosidad de mi sangre, hasta que muera todo mi cuerpo. Cierro los ojos y pienso: lo tengo por costumbre. Costumbre. Lo que es costumbre ya no puede doler. Yo tengo nueve años. Y he aprendido que todos los días comienzan con las puestas de sol. No hay mañanas. Es mentira. No hay día ni luz. Mueren rotos, como mis años. Él está sobre mi cuerpo. Él pesa. Y yo muero. Y al morir, los olores del caramelo me llegan a la nariz. Y llegan los algodones dulces, las almendras garrapiñadas.Los caramelos son amargos. Las risas de otros niños, me llegan, y huelen a palomitas de maiz. Él me dice que quiere hacerlo. Yo no digo nada. Él lo hace. Y le dice que sólo ella, ella, ella. Ella también está sola. Pero no dice con qué. Yo ya no oigo. Ni oigo la risa ni la risa a mí. Tengo nueve años. Y el rostro destruido. Llevo largas trenzas delante de mi cuerpo. Mañana me las cortaré. Todo en un solo gesto: el cabello, el asco, la vergüenza de ser quien soy.

2.El abismo esta a un paso de mis pies. Las ventanas siguen abiertas sobre los precipicios. El abismo, me llama, se encuentra virgen para mis sentidos, que son heridas todos. Me emborracha el vértigo, me mareo, siento la llamada. Debo decidirme de una buena vez por todas, a lanzarme para planear por esos tibios aires, con estas alas que él ve como brazos, con estas plumas que él ve como ropas, con ese halo que él ve cuerpo; se me ocurre de pronto que lo mejor que puedo hacer en este momento, es abrir de una vez mis ojos para escapar de este extraño sueño. Y al hacerlo, ya no se encuentra frente a mí ese monstruoso precipicio: ha mutado; es un lecho. Me acoje con manos de seda.

Estoy cayendo mansamente en el vacío. Ya nada duele. El golpe tampoco duele.

3.(Dadme sangre y papel, os aseguro que tras unos bocetos de sombras chinescas, os demostraré que hay crueldades que dejan marca incluso en lo más profundo de un suspiro… Aun cuando este es inocente y no sabe lo que es la malicia.)

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