La leyenda de Withlit (Relato extraido del libro "Desde el penúltimo rincón de mi espejo" de Claudia Bürk)

 

La leyenda de Withlit (Relato extraido del libro "Desde el penúltimo rincón de mi espejo" de Claudia Bürk)

Cuenta una antigua leyenda, que en un siglo sin nombre, en unas tierras sin tiempo, sin ley y sin rey ni reglas, una joven muchacha, llamada Withlit, enalteció una nación entera con los siete nombres del pecado, antes de que tuviera lugar la gran rebelión de los cielos, y el mundo y el espacio cambiaran sus estructuras para siempre.

También se cuenta que nada se conserva escrito sobre ella entre las crónicas de los antiguos mundos, ni en los libros de los soberanos, ni de los místicos. Sólo unos pocos recuerdan su nebulosa historia, que sobrevive en unas parcas e intrépidas bocas. Quizás, el mundo no recuerde su nombre ni su saga, quizás la memoria del hombre la haya olvidado casi por completo, pero Withlit todavía acecha en la oscuridad de los tiempos del mundo y del universo; paciente y taciturna, aguarda en la penumbra del desencanto y de las confusiones humanas actuales, los corazones de los hombres libidinosos, lujuriosos, libertinos y embusteros.

A muchos años luz, quizás desde que los justos morasen la tierra actual y los hombres descubrieran en sí sus conciencias e imbuyesen en las generaciones venideras la inspiración de la justicia, de la moral y del conocimiento espiritual, en tierras inmemorables, una joven virgen, perspicaz y extraordinariamente inteligente habitó el soberano pueblo de Ashlat.
Withlit, así se rememora, significaba “lirio blanco” en el idioma de aquellas gentes arcaicas.

La boca de la joven jamás pronunció una negligencia en sus respuestas, así cuentan.
De semblante sereno, nunca osó bajar sus ojos ante los desafíos de sus semejantes. No habitó cólera en ninguna de sus réplicas y su alma lucífera parecía continuamente sumergida en intensas meditaciones acerca de la justicias y de las injusticias, llegando con su corazón al fondo de las almas nobles o reas, y con sus sentidos, al origen de los pecados del hombre, que nadie hasta entonces había advertido como tales. Ella, tenaz como un topo en la profunda oscuridad de la tierra, llegaba hasta lo más hondo de las almas. Como una báscula, sopesaba el lastre de las culpas humanas; como una balanza títere, que temblaba antes de medir el peso exacto, penetraba con su mirada hasta el fondo de los quebrantados, calculando sus actos.
Sus veredictos eran aceptados con gran humildad y respeto por todos los aldeanos, y antes de pronunciar sentencia, Withlit sumergía su frente en aguas gélidas, luego ocultaba su rostro retraído entre ambas manos para meditar con serenidad acerca del fuego y de la pasión, de la debilidad o la necesidad, desesperación o frialdad con la que habían sido injuriados y ultrajados los actos ajenos, reconociendo en los delitos el dolor o el impulso que corrompían cualquier acción humana.
Paciente y humilde levantaba sus cristalinos ojos hacia los malhechores, interrogándolos acerca de su conciencia (dicen, que fue ella quién le dio nombre a ese escozor en el alma tras una acción injusta). Pocas veces eran incapaces de reconocer sus culpas ante la límpida mirada de la muchacha, que dejaba a sus corazones atónitos. Y al toparse con tanta pureza, la negrura de sus vísceras caía como plomo pesado a los pies de la joven.
También se recuerda que aquellas mismas gentes, tras haberse visto reflejadas en los ojos de Withlit, perseguían en silencio sus huellas para besarlas en clandestinidad. Cabizbajos, estaban dispuestos a aceptar cualquier condena que Withlit les impusiera, como si de una sentencia dictada por la boca de un Dios se tratara. Una Deidad que le había dado alas a aquella chica y que desde su dulce orgullo por aceptar la delegación de su poder, había derivado su sabia capacidad juiciosa en una criatura humana, para que Withlit interviniera en los destinos de los justos y de los injustos, tomando su alma las mil formas de su divinidad invisible.
Pronto aquella nación entera la nombró la persona más justa de todos los tiempos y la proclamaron jueza del mundo.

Poco tiempo después de que Withlit hubiera cumplido los veinte años, un joven pecador fue arrestado por el pueblo y llevado ante la joven para que pronunciara su justo veredicto para el caso. Se le acusaba de haber cometido los siete pecados mortales, proclamados y reconocidos por la joven y por su pueblo. Sin levantar la mirada de un gran pergamino comenzó a leer la acusación que pesaba sobre el muchacho:

– Siete veces eres culpable, siete veces eludiste al Dios de la templanza y otras siete el cometido de servir a la vida. Has sido injusto a sabiendas y te has condenado ti mismo a las tinieblas, escuchando a tu conciencia.

Tan pronto hubo hablado, el joven, cuyo nombre era Baphomet, se incorporó desde sus rodillas y corrió a abrazar a la joven, para luego inclinarse ceremonioso ante ella hasta el suelo, mientras se aferraba al borde de su blanca vestimenta de juez, en señal de sumisión y de súplica.
– OH, señora mía, he caminado en círculos, confuso ante las reacciones del mundo y ahora me hallo suplicando ante sus pies. ¡OH, liberadme de mi voluntad para no caer en la tentación, si eso está en su poder, porque todo obrar es confuso y servir al mundo y a nuestro Dios será mi liberación y así siempre le estaré agradecida, mi gran señora!

Withlit, profundamente conmovida, se inclinó sobre el muchacho y tocó con dedos temblorosos los asustados labios de Baphomet, sellándolos con su gesto. Entonces, sus ojos se encontraron con una infinita sintonía de emociones. Contemplaron al unísono – así lo deseó interpretar la muchacha –, en sus adentros, un firmamento eminente y jamás imaginado, infinitas estrellas saltaban juntas en sus corazones y veían emerger desde sus almas como fuegos artificiales, blancos y luminosos, del fondo de su constelación descubierta en ese instante, para apagarse de nuevo en la profundidad de sus entrañas, brincando hasta sus pupilas, asimilando al instante que estaban hechos el uno para el otro.
En aquel mismo instante, desapareció del interior de la joven cualquier capacidad de respuesta. Sin poder tomar aliento, aturdida y confusa, tan sólo logró permanecer acurrucada sobre el suelo, aferrándose a los latidos del corazón de aquel pecador infeliz. En ese justo lugar yacieron abrazados, ante los atónitos ojos de los aldeanos, sin importarles ninguna reacción.
Estos no consiguieron sacarse su asombro ante tan desacostumbrado comportamiento por parte de Withlit, comenzando primero a murmurar – para seguidamente gritar – con tal de protestar violentamente contra la falta de juicio y ponderación de la muchacha.
– ¡Es un asesino sanguinario! – Vociferaron los hombres.
– Su cuerpo merece ser devorado por los chacales del bosque – gritaron las mujeres.
– ¡Cortémosle la cabeza! – Se pusieron finalmente todos de acuerdo.

Un rotundo y angustioso “no” resonó por los aires hasta hacerse el silencio. Withlit se incorporó iracunda, con el rostro ensombrecido y, por unos instantes, se hizo un silencio cargado de estupefacción. Un absoluto mutismo había sido de pronto tan profundo y aterrador como los gritos que las gentes habían protagonizado pocos instantes antes.


La muchacha temblaba de rabia mientras miraba los rostros del gentío en busca de comprensión. Luego les advirtió serena:
– Este hombre no es diferente a ninguno de nosotros en cuanto a la exigencia y necesidad de amor. Sois vosotros los que me habéis proclamado jueza del mundo, y nunca (hasta el momento) me opuse al cometido que por vosotros me fue impuesto. Jamás habéis tenido en cuenta mis propias necesidades. Nadie cuestionó los deseos de mi corazón. Pero a partir de este momento, reclamo mi derecho a hacer lo que mi voluntad verdaderamente desea. No quiero retener el destino de ningún ser humano nunca más, pues yo he forzado los designios ajenos y sobre mí recae la verdadera culpa.

Uno de los presentes la interrumpió bramando:
– ¡No podrás concluir el espíritu de una ley! ¿Verdaderamente osas vulnerar tu deber, tu sagrado cometido, que hemos estado forjando cuidadosamente y que está ligado a ti y que afianza toda tu alma?
– ¡Cállate, ignorante! – Le ordenó enfurecida Withlit –. Dios encendió en todos nosotros el libre albedrío con el aliento de su boca, exhortándonos hacia su faz. Llevo años arrebatando el destino a otros, pero hoy he visto con claridad que un hombre verdaderamente justo, no puede convertir a otro en un animal de carga. Juzgar los pecados del hombre únicamente es cosa de Dioses. A partir de este instante, deseo mi libertad y la exención de todo el mundo para así poder errar como nos plazca y vivir nuestras vidas con la libertad que otorgan las equivocaciones. Todas las acciones, sean nobles o mezquinas, engendran un profundo significado que todos ignoramos, con excepción de los Dioses. El que verdaderamente desea vivir sin culpa, no puede compartir el destino de los demás, ni tomar parte de las obras ajenas. No se puede depender del placer que da el justo juicio entrometiéndonos en las culpas ajenas. Yo era una parte de ese círculo errante que ha citado este joven pecador, la eterna cadena de la aniquilación y de la salvación. Y hoy me libero de mi cargo, lo aceptéis o no.
– La pasión la ha cegado – escuchó murmurar a otra joven –. Ese maldito pecador le ha robado la razón.
– Debemos hacerla entrar en su sano juicio antes de que sea demasiado tarde, está deslumbrada por ese demonio – los comentarios de los perturbados presentes, no cesaban.


Pero Withlit ya había tomado su propia decisión:
– Sólo el amor nos hace humanos de verdad – quiso explicarles – sólo él, libre de toda culpa. Esta noche podré alcanzar las estrellas con mis labios y ahuyentaré la luna con los latidos de mi corazón. ¡Levántate, Baphomet y camina conmigo hacia la equidad suprema del amor verdadero! Yo te liberaré de tus cadenas con un beso de eterno amor. ¡Ámame tú también y sentirás como tu conciencia se vaciará de todo lastre!

Las palabras de la muchacha cobraron alas y volaron como un halcón de fuertes garras hasta las mentes de los espectadores boquiabiertos y estupefactos, cuyo número crecía por momentos, mientras los aires se espesaban con gritos y exhortaciones. La cólera había ido creciendo en los corazones de aquellas gentes decepcionadas, dispuestas a cualquier reprimenda para hacer entrar a su venerada jueza en razón.
– Hoy premiaré las faltas de un hombre con amor en lugar de someterle a un castigo, ¿me oís? Ya expié todos los delitos del mundo. ¡Dejadme libre, maldita sea!
Mientras Withlit reivindicaba su renuncia, Baphomet besó el polvo que cubría los pies de su enamorada. Lo que la joven no logró ver en aquel instante fue el malicioso brillo que destellaban los ojos del muchacho, cabizbajo, mientras sonreía triunfante para sí mismo.
Si juzgar era cosa de Dioses, ¿a qué asuntos se dedicarían los diablos?, se cuestionaban los aldeanos mientras la noche caía sobre los campos, dibujando y ladeando sombras sobre los parajes. La paciencia de todos estaba agotada y de sus bocas vocingleras brotaba rabia pura, y unidos en un tajante arrebato de ira, se abalanzaron a gritos sobre los dos muchachos – fundidos ya en un abrazo – dispuestos a atentar contra los destinos de ambos.
De pronto, un estruendo ensordecedor hizo temblar la tierra y los cielos. Los montes desprendieron fuego e inmensas llamas engulleron los campos, mientras que un olor azufrado, pestilente y espeso, un hedor que no procedía de las tierras de aquel mundo, humeaba en forma de nieblas espesas, robando el aliento al aterrorizado gentío.
– ¡Por los Dioses de Ashlat! ¡Es el fin del mundo! – Vociferaron asustados.

Un viento infernal azotó los árboles y los montes y un chillido diabólico y estridente engulló la atmósfera, haciendo estallar los tímpanos de los hombres, que gritaban de dolor y de padecimiento. Llamas vacilantes se precipitaron sobre el pueblo entero como fieras depredadoras.
De repente se hizo la calma: en la primera profundidad del paraje ya no se escuchó más que un débil susurro remoto, y en la segunda, reinaba el silencio como si aquel mundo hubiera quedado bajo la superficie del mar, gélido e inmóvil.
Las piedras y la tierra desprendían humo, quedando reducidas en su mitad a cenizas oscuras, y en la rigidez del silencio se escuchaban unas risas infernales, que, en tercera instancia, resonaban más hondas bajo la tierra que en el propio reino de los demonios. Luego, un grito agudo, chirrió desde las profundidades de la tierra.
El terror y la oscuridad reinantes entumecieron la sangre de los pocos supervivientes de aquel Apocalipsis intemporal. Lo que habían divisado fluía dividido en pequeños retazos obscuros hacia sus sentidos, suspendiéndose sobre sus corazones. De esa inmensa negrura debían salir al encuentro de un ambiente destruido, que había cambiado para siempre, acogiéndoles un mundo de terror.

En el agudo horizonte, una luna menguaba y otra aparecía redonda en sucesión de la anterior.

Cuentan, que el tiempo hasta aquel instante había permanecido dormido en un lejano rincón del universo; mudo como un estanque fosco y liso, y que fue a partir de entonces cuando comenzó a instaurarse en los mundos.

El tiempo volcó entonces sus lapsos sobre Ashlat y desde allí conquistó las lunas y los mundos venideros para toda la eternidad.

Desde el fondo de los abismos, una voz seguía gritando en un rapto de cólera. Palabras injuriosas estaban asfixiando la libertad de una joven cautiva, retenida en los infiernos: entre los reinos de Baphomet.
Withlit – en efecto – cegada por la pasión y el deseo que ella se había afanado en llamar amor, había caído en la oscura trampa: Baphomet, desde hacía miles de lunas, era uno de los demonios más poderosos del antiguo mundo, en el linaje de los Barghwah, unos hostiles y sanguinarios diablos que habitaban el universo desde sus comienzos. La joven se había dejado seducir confiada, ofuscada por su gracia diablesca, cegada por la chispeante luz que emanaban los ojos de Baphomet y ahora no podía escapar.


Así la muchacha yacía desnuda entre las llamas del infierno. Una despiadada bestia la había desprovisto de su virginidad en un cruel, sádico e insufrible duelo cuerpo a cuerpo. Clavó los brazos de la chica con estacas de fuego al suelo, dejándola rota, deshecha y convertida en sombra entre sombras, para así impedir que se escapara y recuperara el don divino: la ecuanimidad de los humanos.
Baphomet, burlón y victorioso, esparció perfume y sándalo sobre el cuerpo de Withlit, coronando sus cabellos con lirios blancos. El amargo llanto de la muchacha resbaló por la ausencia de alma de aquel demonio, que esbozaba una socarrona sonrisa.

– ¿No deseabas que te poseyera, amada mía? – Risas, cánticos y júbilo atravesaron ahora el fondo de la tierra, haciéndose audible en la superficie del mundo.

Pero entonces, de repente, la joven levantó decidida el brazo hacia la faz del diablo, mostrándole a éste el contenido de la palma de su mano, dónde lucía una marca de fuego cuyos símbolos y misteriosas grafías de poder, escritos con los signos de las llamas y en la lengua de los ángeles – que ni siquiera conocían los demonios ni los súcubos del gran infierno – resultaron ser tan acaudaladas que hicieron retroceder a Baphomet entre aullidos virulentos. Aquel extraño dibujo tatuado en la mano de la chica, en la que rezaban las iniciales y los números:

I.G.V.I.I.R. 8 121 +++

había hecho flaquear al ser más poderoso de los submundos de espanto, cegándolo para toda la eternidad.
En realidad, se trataba de una protección angelical procedente de su estirpe.
Baphomet, preñado por su nueva mirada blanquecina, se vio apresado por un fiero enemigo que le impedía ver sus tan anheladas posesiones como hasta aquel preciso instante. Withlit, aquella muchacha a la que consideraba un mero objeto al que osó comprar con su falsa mirada (repleta de odio, en realidad, por aquella esencia cristalina tan sana, precoz y vulnerable que desprendía la joven), tenía tanta vida escondida en su interior que consiguió, tras un descomunal esfuerzo, liberarse de las ataduras endemoniadas. Withlit buscaba inútil y desesperadamente la salida del infierno, mientras Baphomet se ahogaba en su nuevo y desconocido mundo de lágrimas: lágrimas que brotaban de sus ciegos ojos, lágrimas de autocompasión, lágrimas que aniquilaban las llamas y el fuego que hasta entonces le habían dado cobijo. Su lenta muerte se produjo sin lucha alguna, paralizado e inmovilizado por la debilidad que sentía. Con su último suspiro, el agua dulce que recorría aquellos parajes salió disparada hacia el exterior, empujada por una renovada energía en forma de salvaje corriente que no entendía de obstáculos, de grutas infernales, ni de cárceles extinguidas por la lucha entre el fuego y el agua.
Withlit fue arrastrada por ese torrente acuífero hacia su antiguo y anhelado mundo. Debía regresar a su poblado y relatar los hechos tal y como ocurrieron. Tenía que hacerles saber a los aldeanos que fue víctima de un poderoso hechizo. Debía solicitar el perdón de su pueblo, deseaba saldar sus culpas. Y entonces comenzó a entender, así lo quiso interpretar, que el amor era cosa de los demonios y no de los justos Dioses como había pensado equivocadamente.
Maldijo entonces al amor con el fuego y la furia de los infiernos para toda la eternidad, tomando entre sus manos el cetro diabólico (que yacía indefenso a su lado) perteneciente a Baphomet, como símbolo imperecedero de su odio y para que todo el mundo reconociera su paso por los infiernos, su dolor y su corazón destrozado.
Y así se abrió camino hacia Ashlat.
Finalmente, exhausta, hambrienta y sedienta, alcanzó su lejano pueblo tras tres lunas de camino, dispuesta a recuperar el cargo que, desvergonzada, había despreciado y rechazado por culpa de una engañosa ilusión. Ahora que conocía todas las culpas, tal vez sabría sopesarlas como una mujer verdaderamente justa y reanudar así sus funciones como jueza suprema de Ashlat y del mundo, pues entre los muros de la verdad, tras la vergüenza y su paso por el infierno, quizás quedaría garantizada la ecuanimidad, pudiendo cumplir así, más firme que nunca y de ahora en adelante, con los preceptos de la justicia.

Pero cuál fue su sorpresa, cuando al llegar a su pueblo se encontró con la mayoría de las casas devastadas y en ruinas. Al divisar el primer aldeano con el que topó, ella se lanzó a hacerle una profunda reverencia y dijo:
– He vuelto a casa hondamente avergonzada y arrepentida de mi grave error.

Al reconocerla el hombre, lanzó un grito ahogado y colérico e hizo venir al resto de las gentes a su encuentro.
– ¡Maldita traidora! – Espetó –. Tú eres la responsable de la gran rebelión de los cielos y de la tierra. Por tu culpa, tu única culpa, han muerto muchos hombres justos, nuestras tierras fueron destruidas, el hambre y la miseria se han instaurado en Ashlat y para colmo, ahora existe el tiempo, que, como un despiadado celador, vigila nuestros actos haciéndonos envejecer para entregarnos finalmente a una muerte sin tregua. Mereces el peor castigo, aquél que se escapa de las percepciones humanas. ¡Azotadla hasta que le brote la sangre y luego arrancadle el corazón y lanzadlo a los abismos de donde ha salido! Que así se justifique nuestra sentencia para satisfacer una justa venganza. – Ordenó a los otros.

Withlit observó atónita a los hombres que antes la habían enaltecido y venerado y sin hacer preguntas, se entregó deliberadamente a su trágico destino. Ningún aldeano fue capaz de aprender de las enseñanzas entregadas por la joven antes de ser cautivada por la sinrazón de los entes diabólicos. Se guiaron por el “ojo por ojo”, por el odio, la venganza, la destrucción y la podredumbre. Withlit era la única que sabía que errar era de humanos, no de demonios. Pero nadie estaba dispuesto a escucharla.

Uno de los hombres fue elegido para llevar a cabo aquella sentencia de muerte: dicen, que cuando éste tomo el cuchillo, su mano temblorosa no le obedeció. Sin embargo, la imploración y la expectante mirada de los otros le penetraron de tal manera que acabó llevando a cabo lo que le habían ordenado. Sacó así el corazón del pecho de la joven infeliz y se cuenta, que éste aún latía entre las manos de aquel verdugo. Cuando le encomendaron arrojarlo hacia un oscuro abismo de una montaña, quedó sepultado para toda la eternidad, sin descomponerse ni pudrirse. Alrededor de él, una extraña energía se concentró en aquel lugar, dando a luz un cuerpo perfectamente reconocible, esculpido en las frías y duras rocas que protegían el último halo de vida de Withlit: sus eternos latidos siguen resonando en los oídos de muchos hombres, que actualmente aún son víctimas de su despiadado “bom-bom”. Cada vez que alguno de ellos jura falsas promesas de amor, o trata de engatusar a alguna joven ingenua con fines deshonestos, escucha en sus adentros el sonido infernal y desgarrador del corazón latente de Withlit, hasta reventársele los tímpanos. La sangre expulsada a través de los oídos de esos hombres se desliza lentamente hacia la “Montaña del Corazón Imperecedero” – montaña bautizada con ese nombre tras el milagro de la vida en la propia muerte –, alimentando la esencia de Withlit para que pueda seguir cumpliendo con su misión. Las mujeres, agradecidas al saber que alguien velaba por ellas, ascendían a la montaña cada mes y permanecían allí cuantos días durase su periodo, empleando en ello sus últimas energías y aliento para depositar sobre ese corazón la sangre que salía de sus propias entrañas. De este modo, Withlit se fortalecía infinitamente para no extinguirse jamás.

Cuenta así esta olvidada leyenda, que una dama blanca deambula las noches de luna llena por los montes de un país nórdico, cuyo nombre no recuerdo, sosteniendo en su mano su propio corazón ensangrentado y gritando el nombre de Satanás.
Su nombre apenas es recordado, puede que definitivamente acabe cayendo en el olvido, pero su historia existió, podéis creerme, en alguna parte de un antiguo mundo, hace miles y miles de lunas.

Sub umbra floreo: C.Bürk

A Alberto, por su educación, simpatía y templanza.

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