El país de Nunca Jamás

Absorta en la melancolía, al límite de una tierra que cede como desarraigada a una luz jamás encontrada - propicia para la huida y el nefasto ensueño -, siento morirme al son de mis recuerdos.
La tristeza es un parapeto inútil. La entrada a un infierno, a un país de luto cuyo campo cada vez se ensancha con mayor rapidez, llevándome a una soledad más exacta, la que devuelven los espejos, la que siento entonces ante mí misma, un sentimiento de vacío debilitándome hasta ya no corresponderme ningún acto, ninguna escena de vida, ser un peso inerte, mi peso, un cuerpo estorbando en el escenario.
Innecesaria mi búsqueda, absurda, como todas las impresiones de mi interior; me hallo vencida, apenas sin fuerza para levantarme y mirar a través de los cristales y tratar de evadirme en una melancolía más sana, que amueble la visión de hallarme, todavía buscando, necesitando, respirando.
Sólo soy el rumbo por el que camino, nada, y sin embargo, tanto, porque muero gritando respuestas hacia un mundo de soledad y pena. Tanto, porque escupo reconocimiento; capaz de idear, de proponerme el infierno, una vida enfrentada al abismo, a la terrible y sola conciencia de estar existiendo, bajo el cielo helado de las estrellas.
Y hallar el sosiego es un país de Nunca Jamás.

Socorro.
Me muero en vida.

Sub umbra floreo: C.Bürk

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