Entrevista a Claudia Bürk por la web La Biblioteca Imaginaria

Título: Desde el penúltimo rincón de mi espejo
Autora: Claudia Bürk
Editorial: Autodedición
Págs: 168
Precio: 12 €

Viernes por la tarde, cerca del mar. Conversamos con Claudia Bürk acerca del libro Desde el penúltimo rincón de mi espejo.

El libro está dedicado a Franz Bürk, padre de la autora, y a Javier Sierra. Está dividido en 3 partes: la primera, compuesta de epístolas y relatos; la segunda, de poemas; y la tercera, de reflexiones. Desde el penúltimo rincón de mi espejo es una sabia aportación personal al crecimiento construido sobre el amor, frente a la muerte, con la esperanza que la imagen nos lleve más allá del reflejo a descubrir quienes somos, la luz que nos alumbra.

La primera epístola es la Carta de Papá quien desvela algunas ideas básicas de la hija, la autora, en torno a los errores, el azar, el destino y el asombro. Así, Claudia comenta que es necesario cometer errores. Sin ellos no te conviertes en nada. Además, el juego es causalidad, sincronicidad. Existimos ya en otra parte. Nos complementamos a través de los errores. Tal vez por ello apunta que el destino está prefijado pero lo estás haciendo y quizá lo hiciste y lo has olvidado.

Claudia escribe sin máscaras, con valor, a tumba abierta. Sin la distancia que toma con la gente. Dice: cuando escribo casi saco aquello que no hago con las personas, no me atrevo a quererlos tanto; voy a perdonar tus faltas. En referencia a la idea del perdón, y de la culpa, Claudia asegura que hay mucha gente a la que les molesta el perdón, porque son incapaces de perdonar.

Claudia desnuda el alma con la escritura; a la que se entrega sobre la base de: la capacidad de asombrarse por todo, aceptar lo imposible, cualquier cosa, no cerrarse a nada. El mundo es asombro.
En “La carta secreta de W.A. Mozart”, que ganó el Primer premio de cartas de amor, de Coria, en 2007, el personaje del niño descubre la crueldad del mundo de los adultos. Decía un verso del poeta Salinas, “dolor última forma de amar”, y de crueldad y dolor puede vivirse, y morirse. Por eso Claudia admite que: llevo vivencias dentro tan dolorosas y que he arrastrado tanto que debía encontrar el consuelo para poder compartirlas. Añade que el mundo es cruel según la actitud que tengas frente a él. Para soportarlo necesitas amor incluso hasta para aceptar la ofensa.
Desde el penúltimo rincón de mi espejo es un libro cargado de amor, pero el amor auténtico duele. Claudia no se esconde pese a reconocer que: toda la vida me he escondido, me he puesto disfraces, he temido recibir rechazos. ¿Qué ser humano no ha experimentado las contradicciones de amar? ¿De corresponder, de ser correspondido, de rechazar, de ser rechazado?

Claudia va más allá de lo superficial. En relatos como Al final de una búsqueda, o La leyenda de Withlit o Roussian Roulette, como en aquellos dedicados a la espiritualidad divina y al ángel caído, la autora nos invita a descubrir los misterios, ciertas cosas quedan no dichas, mi inquietud es buscarle palabras a todo.

Conversar con Claudia es tan placentero como dejarse iluminar por la claridad de su mirada. Con serena firmeza advierte que las personas se dispersan, nunca viven lo auténtico, viven a medias. Si no te gusta la realidad, ¡invéntala!

La pulsión en la escritura de Claudia es afectiva, aunque cree que ninguna persona ha cambiado realmente el mundo, siente que lo que tengo dentro del corazón es mucho más grande que lo que éste puede contener. ¿Dónde cabe todo eso?

Sin embargo, el poder del amor puede ser frustrado por demonios; la gente proyecta sus frustraciones en las otras personas. Culpamos a los demás de nuestros defectos.

Algunos de los relatos del libro se inician con tal maestría, por ejemplo, el cementerio, que vale la pena reproducir al menos las tres primeras frase: No sé exactamente cómo llegué allí. Estaba nevando. Era la primera nevada del año…Prosa sencilla, comprensible, con suficiente profundidad para demostrar que “nunca se conocen las verdaderas intenciones, hasta que surgen”.

Pero estábamos con el dolor, la frustración y los demonios. Contra ellos apunta Claudia que te tienes que divertir en todo, incluso en la desgracia. Hay que divertirse incluso con los palos que recibimos. ¿Qué es la realidad? No lo sabemos. Todo es relativo. Todo.

Queda claro que la vida va a doler, que en la vida eres o vela o el espejo que refleja la vela. No quiero ser el foco, sólo el espejo que refleja la luz. Tal vez desde el rincón de ese espejo nazca la fuerza que nos invita a descubrir que la felicidad está en cada uno, es un esfuerzo, no es gratuita. Debes quererla y cuando la quieras tener, la tendrás.

La escritura del libro es consciente, como el personaje que aconseja no leer a Camus, pues las cosas se aceptan o se cuestionan, y tiene sus consecuencias. Claudia afirma que Camus te quita el encanto. Te deja desencantada. Puede ser tóxico. Te roba el encanto, el asombro, te sitúa ante la nada absoluta.

La escritura de Claudia está más cerca de la belleza de Rilke, tal vez porque conoce bien la lengua, el alemán, que la alumbra. Quizá porque hay que saber aceptar la derrota, y aceptarlo todo, hasta el final. No queda otra. La rebeldía no es nada. Todo al fin y al cabo fluye hacia el amor.

Es natural que un rebelde, como yo, discrepe. Claudia no adopta una postura férrea, sino que añade que la base de todo es confiar, darte permiso para equivocarte, no temer el ridículo y así conseguirás que todo sea posible.

Lo cierto es que en tiempos de crisis este libro brilla por la claridad de la autora. Claridad que nace de la confianza, pese a que el mundo siempre nos sorprende. Por mucho que observemos o podamos deducir o intuyamos siempre hay espacio para el asombro. Pero además hay que querer.

La motivación para escribir Desde el penúltimo rincón de mi espejo nace de la muerte de Franz Bürk, el padre de la autora, quien tuvo que esforzarse por el lenguaje, dividida por el uso de dos o tres lenguas, y el no haber podido estudiar por las circunstancias familiares.

Nada consigue detener a la amante de libros, la ironía de los personajes como el que expone que habla con Dios, a la madre superiora, “me llama por teléfono”, las lecciones de amor que nos recuerdan que nada es lo que parece y nada es real, las reflexiones que nos invitan a mirarnos a nosotros mismo como enigmas, a querer ser en vez de querer tener, a sentirnos responsables de nuestro destino; pues todo es como es, todos estamos aquí para errar y fracasar, y todos debemos confiar en nosotros y nosotras.

Lástima que una editorial potente, una de las grandes, no haya fijado la vista en ésta voz, vallisoletana de Alemania, que impresiona con la sensibilidad de las huellas en la arena y que, como señala Javier Sierra, nos desvela su primer mapa íntimo del mundo.

Rubén García Cebollero

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